Con el término “trufas del desierto” se engloban varias especies de hongos que se desarrollan en climas áridos y semiáridos de todo el mundo, asociados principalmente a plantas del género Helianthemum.
Dependiendo del lugar en el que se encuentren reciben diversos nombres (khlassi, terfez, zubaidi, fagaa, turmas o trufas del desierto). Los géneros más importantes a nivel comercial son Terfezia y Tirmania.
Las trufas del desierto son prácticamente desconocidas en Europa, pero en los países árabes gozan de gran popularidad, donde valoran sus aspectos tanto nutricionales y gastronómicos como medicinales. Destacan por su sabor y olor dulces, muy parecidos al de las setas o los hongos, y, a diferencia de las trufas negras, se emplean más como alimento que como condimento.
Las trufas del desierto se caracterizan por un alto poder antioxidante (el cuál elimina o inactiva radicales libres tóxicos, que contribuyen al desarrollo de enfermedades como cáncer, artritis reumatoide, aterosclerosis, o procesos degenerativos asociados a la edad), y también por su alto contenido en proteínas, mayor que en la mayoría de vegetales, y cuya composición en aminoácidos es comparable a las proteínas de origen animal (pudiendo usarse como sustituto de la carne en dietas vegetarianas). Además, son saludables y bajas en calorías y grasas.
Antiguamente se utilizaban para tratar problemas oculares como conjuntivitis o tracomas, típicos de áreas desérticas. Actualmente se considera que gracias a su poder antimicrobiano, podrían evaluarse como una alternativa de futuro para las farmacéuticas.